martes, 29 de octubre de 2013

ESCENA 11

Finalmente han llegado las críticas al relato que mandé al taller de escritura de literautas.
Aquí lo pongo casi tal cual. He decidido tener en cuenta la mayor parte de las críticas y modificarlo ligeramente.

Hay una cosa que me ha llamado la atención. Lo que unos tachan de innecesario, otros lo agradecen. ¿Qué opináis de la mención a la serie blanca del Barco de Vapor?

DONDE NACEN LOS LIBROS

Decidí visitar a la bruja cuando él me lo preguntó. Habían pasado más de veinte años desde que ella entrara en mi vida con el mayor de los sigilos.
Ella fue la responsable de mi amor por los libros. La primera cosa que recuerdo haber amado por mí mismo es la lectura.
Era la mañana del seis de enero, de no importa qué año. Desenvolví mi primer libro; pertenecía a la colección blanca del Barco de Vapor. Aquel regalo no estaba en mi lista. Recuerdo mirar a mi madre con el desconcierto que aquello suponía y escucharle decir que ellos ya sabían que ese curso estaba aprendiendo a leer.
- Mamá, ¿dónde nacen los libros?
- De la magia –me respondió sin titubear.
Sonreí satisfecho ante tal respuesta y, tras desenvolver el resto de regalos, volví a él.
Aquella lectura me costó un mundo, pero desde entonces un libro me acompaña; en mis viajes, en mis esperas, en mi tiempo libre.
Todas las mañanas del seis de enero desde aquella, esperaba ese regalo con su singular forma. Con los años crecía su número de páginas, al igual que lo hacía yo. La lectura se había convertido para mí en una compañera cuando sólo tenía doce años y volví a hacerle la misma pregunta a mi madre. Esta vez quería una respuesta de verdad. Sabía lo suficiente como para no creer en brujería. Mi madre me sonrió, me dijo que era la magia de los libros y la miré con fastidio consiguiendo que se enfadara, porque yo no creía en eso.
Al día siguiente me llevó por las calles de la ciudad, recuerdo que llovía y que un gran paraguas rosa nos cubría a ambos; recuerdo sentir que el rosa era un color de chicas. También estaba enfadado por el misterio que mi madre le estaba dando a toda aquella historia. Solo le había pedido una respuesta en la que, al menos en mi mente, no estaba incluida una enigmática excursión por la ciudad.
Llovía y hacía frío. Tenía que esforzarme por mantener el ritmo de mi madre y debajo del paraguas al mismo tiempo. Era una carrera de obstáculos que no acababa nunca. Entonces ella se detuvo delante de una puerta pintarrajeada por algún gamberro; parecía la puerta trasera de algún tugurio de mala muerte. Sentí como crecían en mi pecho el miedo, el rechazo y la ansiedad. Noté como ésta era vencida por la tranquilidad, el rechazo por la atracción y el miedo por la curiosidad.
Mi madre golpeó tres veces la puerta y se abrió. Si quedaba algo de miedo en mi interior se desvaneció por completo. La estancia en la que entramos estaba iluminada con una cálida y acogedora luz y solo vi un mueble; un mostrador enorme delante de una diminuta puerta por la que salía una diminuta mujer.
- Ella es la bruja.
Estaba tan estupefacto que mi madre se había arrodillado y me había susurrado sin que apenas me percatase. Me tomó de la mano y me llevó ante ella mientras contemplaba que todas las paredes de aquella estancia, con un techo de casi cinco metros, estaban cubiertas por estanterías que debían sostener cientos o, incluso, miles de libros.
La bruja acunó mi mano derecha entre las suyas, me miró con sus ojos velados y me sonrió. Sabía lo que quería, sabía lo que necesitaba mejor de lo que yo mismo podía comprender.
Se dio la vuelta farfullando algo y de una de las estanterías cayó un libro. La mujer lo atrapó antes de que golpeara el suelo y lo puso sobre el mostrador ofreciéndomelo. Me quedé boquiabierto sin poder decidir cuánto había de casualidad en aquel incidente.
Iba a abonar un libro del que ni siquiera había leído el título, pero la mujer me detuvo. Nunca olvidé lo que me dijo.
- Nunca digas que la magia no existe. Ella vive en tu interior y palpita en cada página leída o aún por leer, escrita o aún por escribir. Son las palabras las que nos definen. De sus personajes nos nutrimos, así absorbemos sus experiencias. Aquí tu dinero no sirve, se paga con la palabra; tu palabra. Sólo revelarás este lugar una vez en tu vida. Elige bien a quién dejas este legado.
Aquel libro, como todos los que recogí allí, se convirtió en mi amigo, mi refugio. Su historia me atrapó trasladándome a otro mundo.
Ayer mi hijo me hizo una pregunta.
«Papá, ¿de dónde vienen los libros?».

No hay comentarios:

Publicar un comentario