miércoles, 14 de mayo de 2014

Adicción

Entrada del taller de literatura del mes de Abril.  Las claves de este relato eran la expresión: se acabó el juego y tenía que aparecer un castillo. Aquí lo dejo, ya me diréis.

ADICCIÓN

Hablaron el orgullo y el hastío. La conversación quedó vacía de sentimientos reales. Dejamos que todo se perdiera en el silencioso océano que bañaba los cimientos del castillo.

Quizá fue solo por mí, quizá fue sólo por ti, quizá fue por los dos, pero, de todos modos, fue.

El tiempo vino, llegó y se marchó, como las flores; como las estaciones. Y el silencio amplió lo que, al inicio, solo era una sencilla diferencia.

No descubro nada nuevo al certificar que éramos como las rocas y el mar que a menudo golpea con violencia, con pasión, el acantilado del castillo. Una historia que se repite siempre con el mismo final; olas rotas y aludes de rocas que acaban en el mismo mar que las arrancó de su lugar.
Me sacaste de mi monotonía y te convertiste en el chocolate del goloso, en alcohol del borracho, en las pastillas del adicto. En todo lo que necesitas para vivir, por mucho que engorde, te dañe o te mate.

Fuimos conscientes de que jugábamos a un juego peligroso demasiado tarde. Era yo quien acudía en tu auxilio durante las noches en las que solo hallabas consuelo en el fondo de una copa de vino. Eras tú quien se presentaba diez minutos después de descolgar el teléfono.
Siempre con una sonrisa, un abrazo y una falda demasiado corta. Siempre con una conversación agradable y un extraño punto de vista que hacía tambalear mis propios principios. Lejos de alejarme, creabas en mí una adicción. No dejaba de pensar en tu cuerpo y, sobre ello, no dejaba de idear diferentes caminos para descifrar el funcionamiento exacto de tu mente. Eras ese puzle que necesitaba resolver para seguir viviendo.

No recuerdo el momento exacto en el que se acabó el juego, en el que el misterio se volvió contra nosotros. No he descubierto cuando ocurrió, sólo que ocurrió.

Como todo adicto, necesitaba mi rehabilitación. Intenté que me ayudaras, intenté que me comprendieras, intenté salvar los muebles, pero el castillo ya estaba en ruinas.

Hablábamos, hablábamos y volvíamos a hablar. Cambiábamos de escenario, de escaparate, pero tras el cristal siempre había un dulce, una copa de vino o bote de pastillas. Tras el cristal siempre estabas tú. Tras el cristal siempre estaba yo. Una mezcla que no había sido diseñada para convivir en el mismo tiempo.
Necesitábamos ese tiempo y ese espacio y, sin darnos cuenta, intentábamos evitar lo inevitable. Conseguimos aplazar ese espacio, le robamos al Tiempo algunos meses.

Hasta que ese día llegó. Hablaron el orgullo y el hastío. Hablaron de sentimientos horribles en una medida que no albergábamos. Dejamos que el inmenso océano que bañaba el castillo que habíamos construido por accidente, nos cubriera con su silencio y acabara con nosotros.

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